Y mientras yo me quemo en la hoguera, vos seguís ahí, de pie ante mi, estática, con los ojos abiertos de par en par fijos en mi. Me mirás, pero sin hacer nada. Y mientras sigo ardiendo llego a vislumbrar en tu rostro esa expresión que solo yo conozco, apenas un eco de una semisonrisa irónica, como si la situación resultara grotesca. No niego que sea así. Y a pesar de que me gustaría ver algún gesto, algún rastro en tus ojos, alguna mínima señal que me haga pensar que quizás todavía te importo aunque sea un poco, no tengo esperanzas de que nada de todo eso suceda. Con vos aprendí a no esperar nada. Y sigo ardiendo.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
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